////// Año XVº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

miércoles, 7 de noviembre de 2012

8N: ¡MAÑANA ES EL DÍA! ¿VOS NO VAS? ¡SUMA TU NOMBRE!

8N

¡Clarín o Muerte!

¡Libre fuga de divisas!

¡Evasión fiscal para mí solo!

¡El pobre por algo es pobre!

¡La inclusión no es para cualquiera!

¡No a la corrupción!
(siempre y cuando mi crédito salga, no?)



CONVOCAN y/o/u APOYAN


Mauricio Macri, Patricia Bullrich, Elisa Carrió, Mariano Grondona, Luis Barrionuevo, Mirtha Legrand, Joaqu-Inmorales Solá, El Momo Villegas, Ricardo López Murphy, Eduardo Feinmann, Sergio Shocklender, Luis Majul, Cecilia Pando, Magdalena Ruiz Guiñazú, Fernando Bravo, Eduardo y Chiche Duhalde, María Laura Santillán, Hugo Biolcatti y Hugo Moyano, Marcelo Bonelli, Domingo Cavallo, Jorge Lanata, El Tigre Acosta, Marcelo Longobardi, Héctor Magnetto, Alfredo Astiz, Ernestina Noble, Reynaldo Bignone, Jorge Rafael Videla, y siguen las firmas...
¡Sumá la tuya!

8N
QUEREMOS EL PAÍS QUE NOS ROBABA

* * *

Aforismos: "El zorro pierde el pelo...

Aforismos:


"El zorro pierde el pelo, despacio los dientes, la vista, el oído, la flexibilidad en los huesos, la capacidad pulmonar, y si para entonces todavia conserva las mañas, bien se las puede meter en el culo".



martes, 6 de noviembre de 2012

EL MARTIYO SALUDA A LEONARDO FAVIO







Una de las cosas más raras que pueden pasarte en la vida, es terminar trabajando de adulto con quien fuera uno de tus mayores ídolos de la infancia o de la adolescencia, cuando los ídolos no se distinguen de los superhéroes, y entonces uno los cree superhumanos. A mí me pasó.
Yo trabajé con Leonardo Favio, que había sido mi ídolo cuando yo tenía doce, trece años; cuando él era el cantante Leonardo Favio, y sus canciones, nuevas por distintas, venían a romper con las naderías del Club del Clan y anticipaban como un eslabón perdido la inminente música progresiva nacional. Allá por el 68 Leonardo ya le grababa a los desconocidos Almendra su Tema de Pototo: Para saber cómo es la soledad. Después supe que también era director de cine, y un día de junio del 72 lo vi alzando los brazos entre las balas, cuando el retorno de Perón, en Ezeiza. Yo lo admiraba cada día más. A mediados del 94, lo conocí.
Fue en ocasión de una entrevista para la revista dominical de Clarín, poco antes de convertirse en Viva. No quería hablar más de Gatica, y bajo esa condición, aceptó la nota. Estaba haciendo una serie de presentaciones en el teatro Astros, repasando su cine, y sus canciones. Me recibió en un departamento de la calle Uriburu, poco amueblado, entre cortinados árabes, donde tenía su “oficina”, y también una “camita”. Me trató con suma calidez, era muy cálido.
No hablamos de Gatica, y lo entretuvo la entrevista. Nos extendimos un par de horas. Repasó su infancia, su llegada a Buenos Aires, una pensión de Paseo Colón, el Parque Japonés, el uniforme de la escuela naval que se había robado para seguir comiendo gratis… cosas así. Hablamos de su espectáculo en el Astros, y de sus canciones. “Cuando me veas con la guitarrita, es porque ando mal de plata”, se reía. Le gustó la charla, pero igual se terminó. Yo ya tenía publicada mi primera novela, La curva de la risa, y le dejé, osado, un ejemplar. Y me fui. No hablamos de Gatica.
A la semana me llamaron de la redacción de Clarín para avisarme que Favio me andaba buscando, que lo llame. Corté con ellos, y lo llamé.
Fue un instante de gloria personal. Durante algunos minutos se deshizo en elogios a mi novela. Me pidió que lo fuera a ver al teatro. Fui, claro. Quería más elogios de Leonardo Favio. Mi ídolo. Los tuve. Varios. Pero recuerdo sobre todo uno que vino en forma de pregunta: “¿vos te diste cuenta de la novela que escribiste, nene?”.
A partir de entonces lo visitaba esporádicamente hasta que a fines de aquel año de 1994, me propuso trabajar con él en un documental sobre Perón, que debía ser estrenado el 17 de octubre de 1995, en conmemoración de los 50 de aquél 17. Acepté, por supuesto. Me pagaba, encima.
Pero entonces lo conocí en toda la dimensión de su genio, y de su humanidad. No era superhumano. Compartía con la especie defectos y miserias, miedos, resentimientos, y otros traumas. Ahora que todos hablan de él y rescatan sus muchas virtudes, a mí, que lo traté, me pareció que el único que de verdad lo conoció fue Horacio Vertbisky, que hoy recordaba en Página su “inseguridad” como artista. Era muy inseguro, sí. Dudaba de todo, y neutralizaba cualquier “talento” de esos que primero descubría y después adoptaba, y luego maniataba, y por fin rechazaba. Era difícil, contradictorio, y palaciego.
Apenas comenzamos el trabajo, me avisó que el asesor histórico de la película sería Enrique Pavón Pereira, biógrafo oficial de Perón. Apuntado el dato, lo consulté con frecuencia, a don Enrique (cosa que también le agradezco). Hasta que cierta tarde, trabajando a solas, Leonardo y yo, ya en el departamento de la avenida Santa Fe, donde se había mudado, discutimos un episodio de la vida de Perón. No recuerdo el hecho, recuerdo sí que él sostenía una cosa y yo otra, y que yo, para refrendar mis razones, le dije que ya había consultado el dato con Pavón Pereira.
-- ¡Pavón Pereira no sabe nada! –me dijo sin dudarlo.
-- ¿Pero no me dijiste que él era el asesor histórico?...
-- Sí, pero eso es para tener a quién echarle la culpa si nos equivocamos en algo.  
Carismático, generoso, demandante, me pareció que le temía a la soledad y orbitaban a su alrededor incontables incondicionales de los que desconfiaba por turno. Que si lo traicionaban, que si le mentían, que si le robaban…
No quería hablar de Gatica, porque esa película lo había arruinado, decía. Económica y físicamente, decía. Todavía entonces debía dinero, y su hígado se había deshecho por el esfuerzo de terminarla. Trabajando con él pude imaginar el infierno que habría sido ese rodaje. Su productor Victor Bassuk, que lo conocía bien, me decía: “Leonardo para hacer una torta, te pide por las dudas todos los tipos de huevos que existan en el mundo”. Era exhaustivo, inconformista, de a ratos paranoico, de a ratos genial, pero íntegro siempre.
Ese documental, que un día iba a llamarse Sinfonía de un sentimiento, lo financiaba, hasta donde pude saber, sospechar o sopesar, el PJ, acaso el duhaldismo. El Pato Galmarini aparecía cada fin de mes con una valija llena de plata que repartían entre nosotros a cambio apenas de un sencillo recibo de librería. “Hay que tratarlo bien”, decía Leonardo cada vez que llegaba el Pato.
Sin embargo cierta tarde, presente yo, mientras el Pato hablaba y elogiaba a Duhalde, y Leonardo y Víctor y yo asentíamos callados, Galmarini, irrefrenable, llegó a decir en un momento:
-- Duhalde acabó con las escuelas rancho en la provincia…
-- ¿Qué? –saltó Leonardo- ¿les prendió fuego?...
Era de verdad. No lo compraba nadie ni por nada. Hacía la suya, y lo seguían o no.
Doy fe de su integridad personal, de su sensibilidad social, y de su hondura como artista.
Puesto a trabajar no le importaba más que lograr el mejor producto. Ni el dinero, ni su salud. Expresarse, quería. Iba hasta el fondo de todas las posibilidades, y con frecuencia, no se decidía por ninguna y volvíamos a empezar.
Aquel documental sobre Perón se volvía de a poco interminable. “Hay cortometrajes, hay largometrajes, y hay eternometrajes, como éste”, se reía. Pero nosotros, sus colaboradores, con el correr de las semanas y los meses, nos íbamos perdiendo o enredando entre las lianas de las muchas soluciones o resoluciones que le sumábamos y se sumaban. Yo ya ni sabía lo que hacía. Un día se lo dije.
-- Me parece que ya te estoy robando la plata.
Valoró el gesto, pero me dijo que no, que él me precisaba, que no lo dejara.
El Cristo puede quererte mucho, pero eso no garantiza la convivencia con los apóstoles. La corte que lo rodeaba era variopinta y colorida, pero no había sólo santos, artistas o bohemios. Un día no volví más, y no nos vimos más. Sé que a él no le gustó, pero yo por entonces también tenía mi ego. Seguí atento a su trabajo, celebré sus siguientes obras, sus presentaciones, lo sabía muy enfermo y me alegraba ver que no se rendía, que tenía proyectos, y todavía fuerza…
Igual no le temía a la muerte.
-- Hay cosas peores que morirse -me dijo un día, y me aclaró-, a mí una vez me dejó una mujer de la que yo estaba enamorado, por ejemplo.
A poco de empezar a trabajar juntos, cierta vez, a solas, me confesó que una hepatitis C lo perseguía fatal. Se aplicaba unos inyectables él mismo, en la carne del estómago. La primera vez que lo hizo en mi presencia, aún no me había comentado nada. Sacó de un cajón de su escritorio una latita, una jeringa, una aguja, una ampolla, y sin prólogo ninguno, comenzó a inyectarse. Recién entonces me miró, y me dijo:
-- No te convido porque es carísima.
Lamento su muerte. Pero agradezco haberlo conocido, y tratado, y trabajado con él. No era el superhéroe de mi infancia, era un gran hombre, y sin embargo, real. Inseguro, frágil, apasionado. Pobre en sus orígenes, marginal en su adolescencia, sin educación en el sentido formal, peleó toda su vida contra sí mismo, y sin dejar de ser jamás quien era, logró al cabo la suprema victoria del auténtico genio, del verdadero altruismo, y de la ternura.
-- Yo a veces me pregunto: ¿para qué hacer cine? ¿Qué es lo que busco? ¿Imitar a Dios?... Cuando ves esos documentales de animales que hay, las cosas que hacen esos pajaritos, y esos tigres, y esos insectos… te das cuenta que acá con una camarita no hacemos nada…
Me enseñaba esas cosas.


Equipo de rodaje de Perón, sinfonía de un sentimiento. 1995 (*).




(*) En la foto, de izq. a der.: Pocho Leyes –nos escapábamos por las tardes para tomar una copa en el barcito de Talcahuano-, el inmenso Tito Hurovich, Quique Pavón Pereira, Clarisa Schejtman, Víctor Bassuk -enorme siempre-, Javier Leoz -que te encontraba una canilla en el desierto-, Adriana Schettini, Adrián Costoya, yo, y Andrés Parrilla… y brillando sobre todos, Leonardo, claro, ya enfermo y cansado, pero todavía entero, siempre listo, siempre con ganas…

* * *

domingo, 4 de noviembre de 2012

8N: LA CONSIGNA CALLADA: "CLARÍN O MUERTE"



Asoman ya las sombras del 8N, y sin embargo en su niebla cada día se aclara mejor quiénes convocan, y por qué marchan los que marchan.
Las consignas manifiestas siguen siendo vagas, inciertas, o falsas, pero igual no importan. Las otras, las verdaderas, las inconfesables, son las que valen.


CLARÍN O MUERTE






Con la voz del final Héctor Magnetto rasgó el silencio que desde siempre  blindaba su figura, según suponen preferir los verdaderos capos… hasta que ya no tienen más dónde esconderse.
Más allá de sus previsibles palabras -la denuncia de una "justicia acorralada", de una libertad de prensa amenazada (tópicos todos que durante el genocidio no le importaron nada)-, su sola aparición marca sí el punto de gravedad de la contienda, y la desesperación que los apura. El 7D no pasará nada, pero habrá sido el fin.
Lejos de la foto que pretendan mostrar ahora, con sus spots de un diario tan vendido, y sus canales y sus ratings; la película de la realidad nos presenta en cambio un Grupo Clarín en decadencia. Sus productos siguen siendo los más consumidos, es cierto, pero no es menos cierto que lo son cada día menos. Y la tendencia los aterra. 
Tinelli ya no es número puesto, el diario sigue cayendo en ventas, caen sus acciones en la bolsa; se espantaron sus socios (el Goldman Sachs, tan luego), y la discusión interna sobre la credibilidad y el prestigio perdidos, calienta y recalienta una redacción que hace mucho no cree en lo que hace, y se le nota… Si, en la foto quizá parezca que están volando, pero en la película se ve con claridad que vienen en caída libre.
Y es su caída, lógico, lo único que les importa.
A Magnetto, a Ernestina, a Rendo, a Aranda, a sus socios, a sus cómplices, no les importa otra cosa, porque para ellos no hay otra cosa.
Perder la hegemonía mediática es perder la manipulación de la realidad, cuyo efecto sobre la percepción colectiva, permite el monitoreo constante de la agenda, el humor y la suerte de todo el país. Perder ese poder, significa, encima, perder la impunidad que dicho poder confiere, y dejarlos expuestos, a ellos, a sus personas, ante la justicia ordinaria que es igual para todos los hombres. Y eso, para ellos, para estas personas, puede significar el oprobio y/o la cárcel, cuando no la ruina económica, o el escarnio público. Eso es lo único que les importa, y por ello alientan y alimentan el 8N, el golpe, o lo que sea.
En contra de un Congreso que nunca les importó, compraron algunos jueces cautelares, pero no pudieron todavía con la Corte Suprema. A cambio de un tour de compras, quisieron quedarse con un juez de la magistratura. Pero la corrupción que tanto pregonan, fue como un boomerang triste, y les pegó en la cara. Por las buenas o por las malas, el 7D no debe suceder.
Amplios sectores de las clases a salvo del hambre y su locura; fogoneados por el Grupo, el 8 de noviembre saldrán en defensa del Grupo como si fueran de ellos sus diarios y sus canales. Pero ellos tampoco son inocentes.  
Clarín se monta sobre el odio y/o el miedo de los que marcharán el 8N ocultando ambos móviles –el odio y el miedo- camuflados de una indignación que no proviene del hambre, ni de la injusticia, sino todo lo contrario: del hartazgo, y de los privilegios.
Heridos en sus verdes bolsillos, apremiados por una recaudación fiscal que nunca pensaron que les iba a pasar a ellos; de nuevo como en el 13S alzarán sus vagas consignas, inciertas cuando no falsas.
Para no darle de comer a 678, en la misma convocatoria se implora dejar en casa cualquier manifestación de odio, racismo, desprecio a los pobres y a la democracia, es decir, disimular cualquier verdad profunda, con alguna mentirilla presentable.
Entonces otra vez pedirán por “justicia” –no para Videla, eso mejor olvidarlo-; y “basta de corrupción” –aún dispuestos a coimear al siguiente policía o al profesor de sus hijos-, y “basta de inflación” –aunque no paren de consumir-; y luego ya consignas del todo partidistas –de alguna forma hay que llamarlas- tipo “no la re-reelección”, “no a la campora”, “no al adoctrinamiento”, en fin: no, no y no. Porque todo es no cuando sólo te mueve el odio, y, o, el miedo.
De cualquier forma no importa lo que digan o sientan, porque a Clarín (lo que es, supone y oculta) le servirá igual.
Hoy un informe del diario Tiempo Argentino -diario oficialista, que como tal suele tener llegada a los servicios de inteligencia estatales (así como Clarín y Nazión lo tenían durante la dictadura), desteje la trama logística y política de la “espontánea” convocatoria para el 8N. (Ver aquí) Más allá de la posición del medio, los datos son los datos. Prodigan, sin sorpresa, nombres del Pro, de la Armada, de la dictadura, de la Coalición Cívica, de la Sociedad Rural, y del corazón del neoliberalismo local. No sorprenden, no.
Son los nuevos desplazados, los poderosos hasta ayer nomás, la gente de “negocios” que dolarizaba y pesificaba la Argentina cuando se le daba la ganas; los sectores más reaccionarios de las Fuerzas Armadas, los oportunistas de siempre –Macri, Solanas, la Carrió-, todos socios o entenados, ayer u hoy, secuaces o cómplices, del Grupo Clarín.  
Porque ahí está el verdadero adversario, el enemigo concentrado.
La masa que monta, es el caballo, la ola que lo alza, no lo que importa.
Lo que griten, piensen o crean los individuos que forman esa masa, importa mucho menos.
Ni siquiera sus líderes importarían en caso de existir.
La consigna callada es lo único que importa: “Clarín o Muerte”.




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jueves, 4 de octubre de 2012

DE NEUSTADT A LANATA: EL FLAUTISTA DE HAMELIN, O LA MÚSICA DEL ABISMO



El gran remate nacional que terminó en el desastre del 2001, no hubiera sido posible sin la participación invalorable de Bernardo Neustatd, encantador de las clases medias más incautas que acompañaron con su aplauso el subsiguiente desastre que despuès se las tragó.
Hoy su lugar lo ocupa Jorge Lanata, quien quizá no sea mejor periodista que Neustadt, pero sí es mejor actor. Apenas contratado por Clarín, ya está de gira por todo el país encantando a esas mismas gentes con las mismas melodías hacia el mismo abismo.


LA CANCIÓN ES LA MISMA





Durante la dictadura y después, mientras el poder se mantuvo en las mismas manos de siempre -a través de Alfonsín, Menem, etc-, Bernardo Neustadt le prestó a esos intereses un servicio inestimable. No sólo nos adormecía durante el genocidio, sino que el gran remate nacional de los 90 no hubiera contado con la aceptación y el entusiasmo de las clases medias, que en su “plaza del Sí”, consagraron su estrella. Él fue el flautista de Hamelin que condujo con sus bobas melodías a tan vastos sectores de la teleplatea hacia el abismo del 2001. Los llamaba Doña Rosa, y lo seguían igual. Los arrojó en la nada.
Muerto el perro no se acabó la rabia, pero ya no hubo quien la encause, quien le diera sustento -ya que no sustancia-, quien le inventara esos rápidos eslogan tan pegadizos que a su vez suplantan las ideas que no tienen, encubren la verdadera ideología que pregonan, y, sobre todo, funcionan como una coartada moral para ese argentino medio que, indecente, indiferente, incauto, individualista, y/o, idiota, lo escucha, lo sigue, y lo repite.
El irrelevante vacío dejado por la desaparición absoluta de Neustadt (nada nos ha dejado a no ser por estas tristes evocaciones con todo el desprecio que resume su nombre), resultó sin embargo un duro golpe sentido y cómo por los dueños de ese poder, y sus intereses. A los hechos actuales nos remitimos.
En busca de un reemplazo para tan único ser, uno por uno, los dueños de ese poder, probaron de todo: el siempre tan sospechoso Eduardo Duhalde, la bola de humo de la Carrió, el intrascendente Cobitos, el borroso Mauricio Macri, el parricida Sergio Shocklender, incluso el aborrecido por ellos mismos Hugo Moyano, en fin… nada parecía funcionar cuando un superhéroe inesperado les salió de un grano que hasta hace poco tenían en su propio culo: Jorge Lanata.
Enemigo acérrimo de Clarín ayer nomás y desde siempre, aquí nos exime de mayores comentarios este video de presentaciones televisivas y radiales de Lanata a favor de la Ley de Medios, y en contra del monopolio al que sirve ahora tan descaradamente.
(Le advertimos a nuestros lectores que se trata de un compilado casi pornográfico de su cambio de postura, si usted es impresionable, no lo vea AQUÍ).
Y sin embargo, allí tenía el Grupo Clarín-La Nazión (lo que es, supone y oculta), el flautista de Hamelin que tanto y tanto buscaban.
Por 30 dineros compraron su alma, los vestigios de su prestigio, su cosa de progresista redimido, sus frasecitas rápidas, sus contradicciones profundas emparchadas con sus chistes previsibles; y así de urgidos, sin maquillaje ni nuevas ropas, ya lo sacaron de gira por todo el país, con presentaciones en vivo, y resistiéndose con toda modestia –nos cuenta Clarín- al grito de “se siente, se siente, Lanata presidente”...
Porque eso hay que decirlo: es mejor que Neustatd. Mucho mejor.
Neustadt no era actor. O sí, bueno, pero de un solo papel, no tenía la ductilidad de Lanata. Neustadt nunca se hizo el zurdo, no le salía. Ni tampoco hizo comedia en el Maipo. Ni participó de ningún clip con Calamaro. No era roquero, Neustadt, ja, nada que ver. (Lanata tampoco, pero por lo menos dice que sí). Ni se disfrazaba de nada para ninguna foto, Neustadt. Ni mucho menos se dejaba maquillar para una tapa de revista. No, Neustadt no era actor, ni modelo, ni nada.
Serán igualmente narcisistas, pero Lanata es un actor del tamaño de Robert De Niro.
Más de una vez, incluso, adelgazó hasta 50 kilos para interpretar su papel. En nuestra sección Brulotes Brutales, hace rato recordábamos sus días cuando se hacía el novelista moderno con su ropa de Bali y un gorrito igual al que usa ahora el rabino Bergman (ver aquí). Amanecían los años 90, y así de flaco y disfrazado, furibundo defensor de las Madres de Plaza de Mayo, revoloteaba farandulero por la noche más espumosa de Punta del Este. Otra que Marlon Brando.
Neustadt jamás defendió a las Madres de Plaza de Mayo, además.
Serán igualmente cínicos, pero la ductilidad de Lanata es muy superior.  
Hoy odia a las Madres de Plaza de Mayo, no se pelea más con Clarín, al contrario, le sirve, lo defiende, lo compadece y le pertenece, y nos regala a su paso, sin necesidad de pensarlas demasiado, un montón de frases infelices que los infelices repiten contentos, convencidos y suicidas.
Porque vale recordar que el flautista de Hamelín ahogó primero a todas las ratas del lugar, pero luego, porque no le pagaron lo que él quería, ahogó a todos sus niños.
Como Neustadt en 1975, así también Lanata sueña hoy con un golpe de estado que borre a este gobierno que no lo quiere, y le devuelva el espacio que nunca tuvo y siempre soñó. Una mezcla de periodista oficial de la Argentina y pastor de los incautos, que intelectualmente rodeados por el monopolio de siempre, lo sigan sólo a él tras sus bobas melodías hacia el próximo abismo.
Y entonces un día lo recordaremos a él, como hoy recordamos a Bernardo, claro que sí.


Mesa de amigos: Neustadt, Mariano Grondona,
y el genocida Emilio Eduardo Massera.

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jueves, 27 de septiembre de 2012

"Banderas en los balcones", la novela de la guerra por las Malvinas...

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Poca literatura hay hoy aún sobre la Guerra por las Malvinas, y de esa poca sólo una novela fue escrita por un corresponsal periodístico enviado al lugar de los hechos con la suerte de ser un cronista cuando tenía la edad para ser un soldado.


EN EL 30º ANIVERSARIO DE
LA GUERRA POR LAS MALVINAS

Ediciones del Martiyo presenta…



2º Edición
1ª Digital

Con prólogo de Federico Lorenz

*

“Yo fui el hombre, yo estuve allí”
(Walt Whitman)


Novela con alto valor de crónica, su autor fue testigo presencial y preferencial de la Guerra por las Malvinas. Enviado como corresponsal periodístico, vivió en Tierra del Fuego casi todo el conflicto, recorrió completo el Frente Sur, alcanzó Puerto Argentino, y cubrió tanto los festejos del 2 de abril en Buenos Aires, cuando la toma; como el estallido del 15 de junio, cuando el final. Y con todo lo que vio, supo y sintió, compuso este relato, que es una crónica y una novela; una ficción y toda su verdad.
Con prólogo del historiador y escritor Federico Lorenz, y revisada por su autor, esta 2ª edición (1ª digital), pretende acompañar humildemente el 30º aniversario del conflicto, honra a sus caídos, y reivindica la soberanía nacional sobre las Islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur.
Y nos recuerda por las dudas, a lo largo de sus páginas, aquella Argentina siempre posible, a un tiempo trágica y banal.



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lunes, 24 de septiembre de 2012

LEY DE MEDIOS: CLARÍN SE DEFIENDE (Videla también, pero…)



En respuesta a un aviso oficial, en otro de apurada hechura, tono escolar, pero simplismo avieso, el Grupo Clarín, viendo venir el 7 de diciembre como la propia guillotina, reduce sin resumir el asunto que trata, intenta un eslogan para sus cacerolas del odio, y a falta de verdades funcionales, prueba asustarnos con fantasmas o fantasías en un dramático final sin embargo hilarante.


NI EL TIRO DEL FINAL




Luego de un spot que relata hasta qué punto el Grupo Clarín se resiste sencillamente a cumplir con la ley; el Grupo, ni lerdo ni perezoso –aunque impreciso y torpe-  respondió con otro aviso donde no dicen lo que quieren, ni mucho menos lo que deben, sino apenas lo que pueden -o se animan-, en un raro espectáculo de comicidad desesperada.
“El 7 de diciembre no debe suceder nada”, arranca diciendo, y ya con ese “debe” no deja claro si es que ruega o sueña, si impone o si implora. No se anima a decir “El 7 de diciembre no sucederá nada”. No. “No debe suceder nada”, dice, pide, sueña, ¿u ordena?...
Luego un viril locutor sin embargo maternal, nos explica como a niños, en muy poquitas palabras –sin entrar en detalles que podrían desbordarnos -, por qué “no debe”, o en tal caso, por qué “no debería” suceder nada el próximo 7 de diciembre: porque podrían prolongar la medida cautelar según un vericueto en el dictamen de la Corte, y porque la propia ley les concede(ría) un año más para pelear esa cautelar. Y punto.
En el final, la voz, ya preocupada, ya asustada, ya casi trémula, se pregunta -o nos pregunta, (o le pregunta a los dioses todos)- ¿Qué se busca instalar con el relato oficial? ¿Preparar el terreno para otra cosa? ¿Terminar con el estado de derecho en la Argentina?...
Brrr, sí: brrrr…
Pero la comicidad del final no llena el vacío del resto.
Desde luego el aviso se cuida muy bien de recordarnos que la ley que cuestiona no sólo fue impulsada por el Ejecutivo sino aprobada por el Legislativo y certificada por el Judicial, y que así, por efecto de la secuencia, en este solo gesto el Grupo desconoce a los tres poderes del estado como un estado aparte.
El aviso no parece ni siquiera reparar en la esencia putrefacta de su propio planteo: “somos culpables, sí, nos cagamos en todo, es cierto, pero bueno, todavía podemos arrastrarnos un año más, y después quién te dice…”. El spot no propone otra cosa. Como si ya la única estrategia de los dueños del Grupo consistiera en morirse, hacer tiempo, embarrar la cancha, y que un día les llegue la parca primero que la derrota.
Tampoco dice que esté mal quedarse con 240 licencias contra las 24 que permite la ley; ni admite que el estado de derecho en la argentina les importa tanto hoy como durante los días del genocidio cuando se quedaban con todo el papel para diarios del país inaugurando así el monopolio que al cabo un día también se adueñaría del país. De eso ni hablar.
El aviso a lo sumo arriesga un eslogan para la cacerola de los suyos: “el 7 de diciembre no debe suceder nada”, les dice, los convoca o les recuerda, les pide o les ordena, no se sabe…
Pero acaso el punto cúlmine de su gracia lo alcanza cuando invoca para protegerse la misma ley que desconoce, y que según ellos les concede(ría) un año más para pelear.
¿En qué quedamos?... ¿Vale la ley, o no?
Un buen amigo les diría: “no aclaren que oscurecen”.
Pero quizá ya no tengan ningún buen amigo.
Así de indefendible se ha vuelto en la madeja de la historia la situación del Grupo Clarín, degenerado periodísticamente por la lucha política que lleva, reducido en su público a los sectores más reaccionarios, más retrógrados, o en el mejor de los casos, más indiferentes a la suerte de nadie a no ser de sí mismos. Así se hunde Clarín.
El spot en sí, en apariencia y contenido, con lo que dice más lo que calla, no agrega nada, no exime al Grupo ni a sus dueños de los delitos y crímenes en los que aparecen involucrados, sospechados, y/o, en muchos casos, imputados. Tampoco los excusa de la ilegalidad en la que se empantanaron acostumbrados a ponerse por encima de jueces, legisladores  y presidentes. En sí el aviso no le sirve, al Grupo, de nada, y sin embargo, o por lo tanto, es un ejemplo fenomenal de lo corrosivo que resulta el pánico a la hora de pensar con calma.
De todo el ardid El Martiyo apenas rescata, con intriga, con esperanza, una de las preguntas que se hace en su dramático final tan hilarante, cuando aparece el Cuco y nos dice: ¿Qué pretende el relato oficial, preparar el terreno para otra cosa?
Cómo no preguntarse, allí, a qué “otra cosa” se refiere...
¿Otra cosa que vos, Clarín, por ejemplo?...
¿Otra cosa que ustedes y la Argentina que fueron ustedes?...
A partir de la intriga, levantamos la esperanza.
Así sea.




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martes, 18 de septiembre de 2012

LA MARCHA DE LA BRONCA, Y LA BRONCA DE LOS QUE MARCHAN.



El jueves pasado “miles de personas en distintas ciudades del país” –según los medios del miedo- salieron a protestar en lo que El Martiyo considera una auténtica “manifestación social”. Aquí reparamos en sus orígenes y sus reclamos, en la sustancia de su masa, y en la fuerza de sus verdades. Y en esa fisura ardiente que divide a los argentinos.


LA RABIA DE LAS CAPITALES




Por prudencia y por orgullo preferimos no cometer errores, así que nos mantenemos alertas y atentos. Ya cuando hacíamos El Martillo en Clarín blogs dejamos en claro que no estábamos a favor de este gobierno (ver aquí), pero sí reconocíamos que este gobierno estaba a favor de todos nosotros, y por eso lo apoyábamos, lo defendíamos, y lo seguíamos. Y porque lo seguíamos, lo fiscalizábamos. Por prudencia, por orgullo, y porque la política no es como el fútbol: en ella nos va el bienestar, y muchas veces la vida.
 Desde ese punto de vista, consideramos las marchas del jueves pasado como una auténtica manifestación social, y desde entonces tratamos de entenderlas, a partir de sus orígenes y sus reclamos, de la sustancia de su masa, y de la fuerza de sus verdades.
Si arrancamos por sus orígenes, la espontaneidad de las redes sociales en la Argentina está muy cuestionada desde que el Grupo Clarín echó al universo virtual ese ejército de escribidores a control remoto de la calle Perú.
Pero aún así concedamos la posibilidad de que fueran marchas de verdad espontáneas. Digamos que durante días y horas –no apenas en horas y minutos, como ocurrió en El Cairo-, por Twitter y Facebook y etcétera, la gente –la gente que tenía días y horas y acceso a Internet y un computador, o dinero para pasar días y horas en el ciber-, “se organizó espontáneamente” para hacer públicos sus reclamos. Digamos que sí.
Ahora bien: ¿Cuáles eran “sus” reclamos?...
Hasta los medios del miedo, aún en la euforia de la alucinación de un posible estallido social que los salve del próximo 7 de diciembre; aún así tuvieron muy serios problemas para decodificarlos primero, y limpiarlos después. “Libre fuga de divisas”, “Evasión fiscal para mí solo”, “Viajes a Europa ya”, no eran consignas políticamente siquiera presentables. Descartadas a la vez las estrictamente partidarias del tipo “No a la re-reelección”, o los vulgares insultos a la investidura presidencial; los “analistas independientes”, con silogismos quirúrgicos, apenas pudieron salvar algunas vaguedades como “Queremos Justicia”, “Basta de inseguridad”, “Basta de corrupción”, “Basta de inflación”... Cartelitos que hoy por hoy bien podrían exportarse a cualquier lugar del mundo.
 Turbios los orígenes, vagos los reclamos; queda por verse entonces la sustancia de la masa, y/o la fuerza de sus verdades.
Porque tal vez justamente la sustancia de la masa -antes que en su procedencia geográfica o/y social-, se revela mejor en la fuerza de sus verdades, vale decir; en la verdad de sus broncas, así en lo coyuntural, como en lo profundo.
En lo coyuntural los irrita sin vergüenzas el cepo cambiario, la obligación de pagar sus impuestos, el encarecimiento de sus vacaciones en el exterior… en síntesis: sus solos bolsillos, sus viajes de placer, sus bienes no declarados, sus excedentes ocultos...
Ya más allá de lo coyuntural, en lo profundo, o más bien, por debajo, subterráneo, oculto y perenne, está el odio ancestral a los emergentes, y el miedo a cuando emergen. Las fronteras sociales, tan caras a ese público, que así comienzan a desdibujarse confundiéndonos a todos con cualquiera. La injusticia que les parece destinar dinero del estado “que ponemos todos” para “esos negros de mierda” que de pronto llenan sus playas como en La casa tomada de Julio Cortazar. Esa es la razón oculta pero real, la fuerza de sus broncas, la verdad de sus reclamos, la sustancia de esa masa, que el último jueves, encendió una lucecita de esperanza en los oscuros corazones de los medios del miedo.
Sin embargo ni siquiera el Grupo Clarín-La Nazión consiguió inflar la multitud más allá del “miles de personas”, y “en distintas ciudades del país”. O sea: ni millones ni cientos de miles, ni tampoco “en el país”, ya no “en todas las ciudades del país”, ni siquiera en “casi todas las ciudades del país”, ni mucho menos en “casi todas las ciudades más importantes del país”, no, nada de eso… Vale decir, bastaron “miles de personas en distintas ciudades del país”, para encender esa lucecita de esperanza en estos oscuros corazones más oscuros cada día.
 Nosotros no quisiéramos desilusionarlos, pero nada nos gusta más.
Una oposición legítima no puede surgir y sostenerse sobre la base de la defensa de beneficios personales difíciles de establecer sin perjudicar al prójimo. Hace falta algo más que la rabia nacida de frustraciones íntimas y propias para elaborar una alternativa colectiva que iguale, supere, o por lo menos cuestione a la actual.
Marchan “contra la corrupción”, en pos de la evasión. Piden “libertad”, para fugar divisas. Quieren “justicia”, pero el pobre que se joda. No traen un proyecto, tampoco lo pidieron. No quieren lo que hay sin importar lo que vendrá. Reclaman “seguridad”, pero no les molestaría un golpe. Se creen a salvo de los asesinos de la derecha. Y no hablan de igualdad porque se piensan mejores, incluso, que el que marcha a su lado. Más que una expresión social, parecen el amontonamiento circunstancial de resentimientos individuales amalgamados por la futilidad del que olvida el pasado porque se caga en el porvenir, y sobre todo, en el que marcha a su lado.
Difícilmente esa arcilla aguada permita construcciones sólidas. Sin embargo no por ello desestimamos la protesta, que en su propia tristeza, nos mostró de una vez por todas que la fisura ardiente que divide a los argentinos, ya no es política, sino moral, entre un país para todos, y uno para mí.
De esa fisura ardiente, surge el vapor de estas protestas. Pero el vapor no es lo que arde.
Unos y otros sabemos perfectamente que tanto humo se acabaría enseguida con la sola rendición incondicional de Cristina Fernández de Kirchner ante el Grupo Clarín-La Nazión (lo que es, supone y oculta); derogar la nueva Ley de Medios ya; olvidar el 7 de diciembre, devolverles el control absoluto de Papel Prensa, echar al fuego toda esa documentación que imputa a sus dueños en crímenes de lesa humanidad; devolverles el Banco Central a los tahúres de la timba financiera, y a las grandes corporaciones sus privilegios de ayer; anular para la iglesia las leyes de matrimonio igualitario, aborto y muerte asistida, y de un plumazo histórico perdonar a los mayores criminales de la patria; y entonces el fuego de ese vapor se apagaría, y María Laura Santillán volvería a sonreírnos, y un viejo sol se alzaría de nuevo como en los días de gloria del genocidio cuando estos mismos medios no encontraban absolutamente nada de qué quejarse.





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domingo, 12 de agosto de 2012

DESTELLOS AJENOS. HOY: Heinrich Böll






Destellos Ajenos:

"Cada mañana, nada más entrar en la casa de la radio, Murke se sometía a una gimnasia existencial: saltaba al ascensor, pero no bajaba en el segundo piso, donde estaba su oficina, sino que continuaba subiendo más allá del tercero, del cuarto, del quinto piso, y cuando la plataforma se elevaba sobre el nivel del quinto piso, cuando la jaula entraba rechinando en el vacío, donde cadenas lubricadas, barras untadas de grasa y hierros chirriantes trasladaban la cabina de la posición de subida a la de bajada, le asaltaba el miedo y miraba fijamente lleno de pánico a este lugar de la casa de la radio, el único sin revocar, y suspiraba aliviado cuando la jaula se enderezaba, pasaba la esclusa, se alineaba y se hundía lentamente hacia abajo, hacia el quinto, el cuarto, el tercer piso. Murke sabía que su miedo no tenía fundamento y que naturalmente no pasaría nunca nada, que no podía pasar nada y que si pasaba algo, en el peor de los casos, al pararse el ascensor estaría arriba y se quedaría allí encerrado una hora, dos cuando más. Siempre llevaba un libro en el bolsillo y también cigarrillos; sin embargo, desde que se construyó el edificio de la radio, hacía tres años, el ascensor jamás había faIlado. Había días en que lo revisaban, días en los que Murke tenía que renunciar a esos cuatro segundos y medio de miedo, y esos días estaba irritable y descontento, como alguien que no ha desayunado".

Heinrich Böll

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sábado, 11 de agosto de 2012

MARCELO BONELLI: LA FIESTA DEL CHIVO


Marcelo Bonelli fue descubierto públicamente por la presidenta de la nación en una práctica frecuente pero oculta del periodismo industrial: el chivo, publicidad pura disfrazada de “periodismo objetivo”. Piratería informativa travestida de “prensa libre”, y que tanto vende modas como políticos, arte, negocios y poder.

LA FIESTA DEL CHIVO



Con involuntaria comicidad, y contra todas las dificultades que le ofrece implacable la lengua castellana, Marcelo Bonelli intenta explicar desde el jueves el estupendo contrato que unía a su esposa con el grupo Repsol-YPF, hasta que la –lo (los)- descubrieron.
La presidenta lo denunció públicamente; y entonces Bonelli, desde Clarín, claro, previsible, y aún así hilarante, elige ponerse en víctima mientras explica muchas cosas pero no lo que importa.
La mujer de Bonelli recibía un millón de pesos anuales de la empresa Repsol-YPF. ¿Por qué?
Bonelli no lo responde, dice apenas cómo: “como profesora nacional de inglés”.  (Admirable logro para una docente, sí).
Dice también que todos sus ingresos han sido "declarados ante la Afip", cosa que nadie le cuestionó; y dice además que todo se lo ganó “trabajando”, cosa que tampoco nadie le discute, aunque no dice sin embargo lo más importante: ¿trabajando para quién, Bonelli?...
El profesional del periodismo tiene varias alternativas para ganarse el pan.
Una es el estricto salario que le paga el medio que lo emplea. Las colaboraciones paralelas en otros medios –si no ha vendido su exclusividad-, son otras alternativas. Los chivos, desde siempre, también.
Los chivos son la publicidad encubierta o subliminal que pueda filtrar el profesional en una nota, a través de una mención, o de un comentario, a veces apenas con un adjetivo –que bien puede valer fortunas-, o, también, cómo no, a partir de un servicio estable dedicado a cuidar de una figura puntual, de un negocio concreto; o, a la inversa, dedicado a perseguir y destruir una figura puntual, un negocio concreto. Y hay quienes pagan, cómo no, apenas por silencio.
Muchas veces esos chivos superan por miles y miles el salario de los medios.
El sueldo de Samuel Gelblung en Ámbito Financiero cuando escribía sus Diálogos de quincho, era exiguo, casi cero…
Esta práctica oculta del periodismo industrial, es por lo menos tan antigua como la imprenta.
En espectáculos, en política, en deportes, en economía; en moda, por supuesto; incluso en policiales, y desde luego en esa vaguedad que suele llamarse “tendencias”; en toda sección, en cada página, el tráfico de sobres (efectivo), regalos, invitaciones, viajes, etc.;  incentivan al profesional… y muchas veces lo mantienen.
Los medios, vale decir: sus editores, sus dueños, suelen tener variadas actitudes frente a esta suerte de economía (auto)sumergida.
Unos la persiguen, y la prohíben: no quieren kioscos personales en el ámbito de sus propios supermercados. Otros, por el contrario, las alientan, o apenas “dejan hacer” porque de alguna forma los chivos compensan los magros salarios que saben que pagan... Pero también están los que directamente se asocian con sus empleados en cada chivo que le llevan, como quien te ofrece una patente de corso, y a robar para la corona.
Y así ha sido desde siempre.
Y acaso lo único que tiene de malo, es ocultarlo.
Lo malo es no avisar por qué decís lo que decís, en nombre de quién estás hablando.
Lo deshonesto no es trabajar para Repsol y para Clarín al mismo tiempo, sino al mismo tiempo pretender que tus únicos intereses son el bien de la república y de su pueblo.
Eso es lo malo: mentir.
Marcelo Bonelli explica ahora lo que no importa y no explica lo principal. Trompetista de la orquesta de ese Titanic que es Clarín; allí se hunde con su coro de habladores, abrazado a su flauta. No importa ya.
Hoy por la mañana -en un artículo al que le bajaron dos cambios por la tarde-, Clarín.com intenta una disparatada analogía entre Cristina de Kirchner y el asesino en masa Ibérico Saint Jean, gobernador de la provincia de Buenos Aires en los años del genocidio, cuando Clarín asentía y lo aplaudía. Tampoco importa ya.
Lo que importa, incluso más allá del oficial Borelli, es que la presidenta cuestionó esa vieja práctica del chivo, y más y mejor: cuestionó ese viejo delirio de la “objetividad” que viene enfermando al periodismo desde siempre.
No hay objetividad posible en lo personal, y mucho menos en lo empresarial. Y un medio es antes que nada una empresa.
Descartada entonces por imposible la objetividad, nos queda, sí, la honestidad.
Decir, antes que nada, en nombre de quién decimos lo que decimos, en defensa de qué intereses.
Al término de su discurso, en charla informal con el enviado de CQC, la presidenta invitó a los periodistas de todo el país a elaborar un código de ética profesional que, por qué no, pudiera resolverse en ley.
Un código de ética, una ley que distinga a los buenos de los malos, es una buena oportunidad para probar si es posible dignificar una profesión que por principio miente querer lo que deshecha por naturaleza.(*)



(*) Publicado también en Agepeba, Agencia Periodística de Buenos Aires.

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