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domingo, 3 de septiembre de 2017

LANATA & Co.: PERIODISMO SIN RETORNO...



La desaparición forzada de Santiago Maldonado hizo de la grieta un abismo del cual no todos tendrán retorno. Como en tiempos de la dictadura, un sector de la prensa –el mismo sector con otros nombres- se complica sin pudores en un crimen de lesa humanidad. Pero el mundo gira, y…


SIEMPRE HAY UN MAÑANA

Ilustración: Horacio Cacciubue
(del muro de Fernando Peirone)



“El mundo da vueltas, 
los que hoy están arriba,
mañana están abajo”
Carlos Bilardo



Una nueva generación de periodistas se adentra en las mismas sombras donde otrora perdieron todo su prestigio Joaqu-Inmorales Solá, Bernardo Neustadt, Mariano Grondona, y tantos otros más o menos conocidos y no, pero igualmente tristes.
Neustadt murió en el oprobio, Grondona se ahogó en su propio pasado, Inmorales Solá sigue en carrera, pero… 
Tamborcito de Tacuarí de la masacre perpetrada en Tucumán bajo las órdenes del general Domingo Bussi -y el ampuloso título de Operativo Independencia-, Inmorales Solá nunca se repuso de aquellos días. Siguió trabajando, y muy bien pago por cierto. Pero para siempre arrodillado a la altura de las braguetas de los amos de entonces. Su perenne pretensión de independencia y objetividad, es sólo eso: una pretensión perenne. 
Y vale recordar que por aquellos días de tinta y sangre había sólo cuatro canales y la prensa gráfica no prodigaba popularidad masiva. Porque desde luego fueron muchos más los que vendieron su oficio al peor postor. Sólo que la gran mayoría, amparada por el anonimato, logró sobrevivir cuando llegó la democracia merced a un par de sencillas y rápidas piruetas, como, por ejemplo, darse vuelta y listo. Negar hoy lo que se decía ayer. Mejor, peor: decir hoy todo lo contrario de lo que se afirmaba ayer. Días sencillos. Altri tempi.  
Ahora más de cien canales, señales de noticias las 24 horas, portales y redes, buscadores y on demand, prodigan en su conjunto una fama de la que no todos ni muchos conseguirán volver. Menos aún aquellos que hoy parecen olvidar una regla de oro del Universo: siempre hay un mañana.
Mucho antes que Julio Grondona fue el Rey Salomón quien grabó en su anillo la frase “Esto también pasará”.
Jorge Rafael Videla detentó en su momento el poder absoluto. No enfrentó parlamentos díscolos, prensa molesta ni sindicatos rebeldes. Le fue permitido matar, secuestrar, desaparecer personas, traficar recién nacidos, detonar la industria nacional y quintuplicar la deuda externa. Poder absoluto. Y acabó en el inodoro de una cárcel.
Todo pasa. El mundo gira. Los que hoy están arriba…
Y es que una cosa es la vieja grieta original de la Argentina, y que por fin, y afortunadamente, alcanzó la luz pública –porque los entripados alguna vez hay que resolverlos-, y otra cosa es el abismo sin fondo abierto por la desaparición forzada de Santiago Maldonado. Había un límite, y algunos lo cruzaron.
El periodismo –según su esencia y sus manuales- se extingue en todo el mundo, y en la Argentina rápidamente. Lo reemplazan el show periodístico –en ese orden-, una feroz competencia por inciertas mediciones, la abundancia de habladores plastificados bajo el rótulo de panelistas; y en la prensa gráfica, salvo algunas pocas excepciones de rigor técnico, abundan el panfleto, el pregón, el pasquín, la mera difusión de intenciones políticas, el ocultamiento de hechos evidentes, y la mentira simple. Periodismo cero.
Son tiempos de lanatas y majules, de leucos y leucocitos, de fantinos y feimanes, de improvisación y venalidad, la información no importa si no se ajusta a la maniobra oportuna, la obediencia debida obliga a defender lo indefendible, y la opinión degenera en la expresión vulgar de sentimientos y/o resentimientos personales. Periodismo cero, pero exposición total. No todos tendrán retorno esta vez.
Un ciudadano desaparece en manos de la Gendarmería Nacional –el que lo duda es porque quiere-, el Gobierno Nacional encubre esa desaparición –basta revisar cualquier declaración de la ministro Bullrich-, y una vez más, como en tiempos de la dictadura, un sector de la prensa –el mismo sector- se complica sin pudores en dicho crimen de lesa humanidad.  
Como un viejo campeón reducido en su final a una patética atracción de circo, Jorge Lanata pagará su pacto con el diablo rezando hasta el último de sus días para que Magnetto nunca le falte. Licuado su prestigio en el jugo de sus propios vómitos, limitado al público que más supo despreciar -el de Mirtha Legrand, el de Susana Giménez, la derecha cruda, pueril y bruta-, sabe mejor que nadie que ya no tiene retorno, que está condenado a escribir infinitamente en su cuaderno de clases: “Nunca más hablaré de Papel prensa ni de Héctor Magnetto ni de los hijos de la Noble”. Una verdad así, no se confiesa ni se ignora. Y precisa para olvidarse de mucho y buen champán. Champán hasta reventar.
Pero detrás de Lanata, como zombies encandilados por un sol de alquitrán, marchan también sus replicantes hacia las mismas sombras –aunque sin tanto champán-, allí por donde perdieron su prestigio -y por lo tanto su credibilidad, y por consiguiente su utilidad-, tantos periodistas que así dejaron de serlo… José Gómez Fuentes, Enrique Llamas de Madariaga, el deportivo José María Muñoz, Silvia Fernández Barrios…  
Porque siempre hay un mañana, y el mundo no para de girar. 
Y porque Santiago Maldonado marcó un límite del que no se vuelve y que ellos ya cruzaron.



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