////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

lunes, 9 de mayo de 2016

CORRUPCIÓN: A VOS TAMPOCO TE IMPORTA



Jamás se habló tanto de corrupción pero los mismos que se indignan con la ruta nunca probada del dinero k, desestiman las incontestables filtraciones de Panamá y la lista de enriquecidos por la compra de dólar futuro o los muertos de Costa Salguero. Todo se reducía -ya no- a Lázaro Báez. 
La corrupción no importa, importa el corrupto.


MENTIRA ESE LAMENTO






“Pedían justicia pero querían venganza. El pueblo es así: pudoroso”.
Daniel Ares, El asesino entre el centeno.



En pocas semanas Lázaro Báez alcanzó más repercusión en los medios que Susana Giménez a lo largo de toda su extensa y ya extenuante trayectoria.
Sin embargo, según todas las encuestas, la inflación y los despidos, la economía, siguen en la cima de las preocupaciones populares. Por mucho encomio que pongan el gobierno y sus medios infinitos, hay modas que no prenden en el gran público.  La corrupción, por ejemplo. Que a qué engañarse, no le importa a nadie.
Dicho así parece más una bravata de sobremesa que siquiera una afirmación temeraria. Pero se trata de una verdad simple.
Oímos y vemos a diario en los medios y en las calles, a nuestro paso, indignados ciudadanos que no trepidan en pedir el paredón para una larga lista de gente que a diario les proveen, solícitos, los grandes medios.
Sin embargo, a juzgar por las últimas elecciones, la mayoría de esos indignados ciudadanos votó a Mauricio Macri aún sabiéndolo procesado por escuchas ilegales y asociación ilícita; condenado alguna vez por contrabando agravado; heredero de una fortuna que nació con la estatización de la deuda de su padre en los días finales del dictador Reynaldo Bignone; incluso lo votaron en pleno escándalo por el affaire Fernando Niembro y el reparto de las “mal cargadas” pautas publicitarias, y, repetimos, aún procesado. Si la corrupción nos importara de verdad, Macri no sería presidente. Punto aparte.
Es tan poco lo que importa la corrupción, que ya casi ni los medios opositores que sobreviven hablan de las filtraciones de Panamá. Sólo el mundo habla de eso, nadie más.
Se marcha por los salarios, por los despidos, por la ilusión que despierta el regreso de Cristina, por los 40 años del golpe militar; pero descubrir de manera inobjetable que el presidente de la Nación es parte y proa de un pool de empresas off-shores allá donde saben esconderse las fortunas más sucias y los mayores delincuentes del planeta… confirmar, no por investigaciones periodísticas, sino por la filtración de documentos incontestables que la familia presidencial encabeza una organización paralela dedicada, en el mejor de los casos, a evadir impuestos y lavar activos… despertar cada mañana con un nuevo integrante del gobierno involucrado en dicha organización… son cosas que no movilizan porque no importan, así como no importa la corrupción que todas esas cosas confirman.
Que siete de ocho licitaciones para la importación de gas las haya ganado la misma compañía de la cual es accionista el ministro de Energía, quizá no sea corrupción, pero por las dudas tampoco importa.
Ni hablar entonces de los muertos de Costa Salguero, o de ese tiro por la culata que resultó la causa por dólar futuro, maniobra a través de la cual se enriqueció buena parte de los responsables del mismo gobierno que a partir de una devaluación ejecutó dicho negociado… ahí tampoco importa la corrupción.
Y tal vez no importe porque es una condición humana, porque naturalmente todos, en algún momento, en algún plano, de alguna forma, nos corrompemos. Evadimos un impuesto, coimeamos un policía, un profesor, un jefe, un acomodador, un patovica, o pagamos un retorno o estacionamos donde está prohibido, o sacamos la basura a cualquier hora -y por las dudas se la dejamos al vecino-, o nos colamos donde podemos, o cualquier otra cosa que sabemos que no se hace, pero la hacemos igual.
Corromperse es propio del ser humano, lo lleva en su alma, nos lo recuerda la carne.
Los gobiernos, los estados, nunca se corrompen. Son sus hombres, sus mujeres. Nosotros. Lo que hace falta es una oportunidad. Y aquél que esté libre de pecados… 
Como el ladrón que huye al grito de “agarrenló, agarrenló”, los mismos medios que denuncian la corrupción están más sucios que el Riachuelo. Los dueños de esos medios, en procura exclusivamente de más y mejores negocios, se escudan desde siempre en la libertad de prensa para incidir en las decisiones oficiales. Eso es mucha corrupción pero nunca importó. Los empleados de esos medios quizá no se corrompen cuando obedecen órdenes de mentir u ocultar alguna información, como demostraron -y aún no terminaron de demostrar- los papeles de Panamá, cuyas revelaciones escatiman en provecho de sólo ellos saben quiénes (hasta hoy). Quizá eso no sea corrupción, tal vez, pero al hacerlo dejan claro junto a sus patrones, que la corrupción no les importa nada. Y sin embargo son ellos quienes arrojan la primera piedra animando a su público.
Si de verdad nos importara la corrupción, no nos preocuparíamos tanto por la corrupción como por su impunidad. La corrupción es propia del individuo, la impunidad, en cambio, nos revela una degeneración social, un déficit institucional, una complicidad sistemática.
Si de verdad nos importara la corrupción, no confundiríamos desde hace tanto la ventanilla del reclamo. La responsabilidad por la corrupción, o su impunidad, no es asunto del Poder Ejecutivo, sino, y siempre, del Poder Judicial. Es tan luego la Justicia quien está ahí para fiscalizar, controlar, investigar e intervenir. De eso trata también la independencia de poderes.
Pero ya no creemos en nosotros. La Justicia, el Parlamento, los ministerios, están llenos de humanos, y como tales, como nosotros, también se corrompen. Y algo más y peor: la gente –agitada o no por los medios-, pide justicia, sí, pero quiere venganza.
Si mañana el juez Casanello tuviera que absolver o cuando menos liberar –por razones estrictamente jurídicas- a Lázaro Báez, la prensa grande, su ejército de habladores, y su público voraz, lo descuartizarían en una plaza de barrio. Y el juez lo sabe.
Si mañana el hoy heroico fiscal Marijuán decidiera con el mismo ahínco con que perfora la Patagonia activar la causa Papel prensa y pedir por fin la indagatoria de Héctor Magnetto, Ernestina Herrera de Noble y Bartolomé Mitre, imputados por crímenes de lesa humanidad… bueno, bueno… el popular Marijuán sería enterrado en uno de esos pozos que dejó por todo el sur.  
O quizá no.
O quizá Marijuán no excave más nada y el juez Casanello libere a Lázaro Báez en estos días, y los grandes medios, sin embargo, no digan nada. Ni mu.  
El jueves el famoso empresario presentó un escrito ante el juez mencionando a su mayor socio, casi un patrón: el ya no menos famoso Ángelo Calcaterra, hijo de María Pía Macri, hermana de Tonino y Franco, y por lo tanto, primo de Mauricio. ¿Otro tiro por la culata?...
Lo cierto, lo evidente, es que el caso Lázaro Báez comenzó así su agonía, hoy ya no está en las tapas de los grandes diarios, pierde espacio en las radios y los canales y los portales oficialistas... ¿Llegó el cuarto de hora de Julio De Vido y/o la causa Hotesur?... Probarán suerte, total: la corrupción no importa, importa el corrupto.
Y eso también es corrupción y tampoco importa.



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