Mañana
en las urnas no se enfrentan dos candidatos, dos modelos de país, dos proyectos
distintos, dos miradas ni nada de eso. Se enfrentan dos sentimientos: los que
quieren un modelo, y los que no quieren ese modelo. Unos buscan gobernar, los
otros vencer. Pero todos pagarán por todos.
QUERER
Y NO QUERER
Mañana
los argentinos decidirán cómo sigue la historia del país.
Una
mitad todavía imprecisa cree que vale la pena continuar las políticas que nos
alinearon con Latinoamérica, que nos enfrentaron a la usura internacional, que
llevaron la justicia social de los discursos a los hechos, que buscaron la
verdad sin renunciar a la memoria, que supieron plantarse ante los monopolios
del papel y los medios, y como consecuencia, de la prensa nacional. Las políticas que
permitieron jubilar a más de dos millones de personas para las cuales no había
otro destino que la locura de la miseria en la vejez.
Los de la otra
mitad, también imprecisa aún, creen mejor en la alternancia sin más, en un cambio que no precisan detallar; se hartaron de las cadenas nacionales, de la
presidenta, de la Campora, del curro de los derechos humanos y de un programa de televisión que se llama 678 (y que
sin embargo ellos mismos dicen que no mira nadie); es la mitad que piensa que
los planes sociales son un criadero de vagos, puro clientelismo; que ya está
bueno de universidades por todos lados, que la Argentina es para los
argentinos y que los extranjeros deberían volverse a su país, -excepto, en tal
caso, los que vienen de Francia, de Inglaterra, de la Europa central
preferentemente-; son los que aspiran a una Argentina de regreso a Washington
con el caballo vencido pero los dólares libres; se hartaron de Maduro, de Evo
Morales, de Correa, de todos esos negros comunistas que llenaron el país de
colombianos.
Es
mentira que les importa la corrupción. La distribución de fondos públicos por
parte del gobierno de Macri en pautas publicitarias cuyos destinatarios –en los
papeles- nunca recibieron; las muchas adjudicaciones inconsultas; Fernando
Niembro con las manos en la lata, nada importó. Se rasgan las vestiduras con sólo
oír el nombre de Boudou, pero votan para presidente a un tipo procesado en dos instancias. Nada
importa. Todo es mentira menos el sueño recurrente del antiperonismo argentino:
¡vencer al peronismo, e doppo morire!.
Es un sueño de una sola noche, sí, pero
les resulta suficiente. Gobernar no es preciso, vencer es preciso. En tal caso
siempre estará el peronismo para echarle la culpa del fracaso propio.
Detrás
del flash de esa sola noche, esa mitad imprecisa logró la victoria de Raúl Alfonsín el 31 de octubre de 1983, para abandonarlo apenas a la mañana siguiente.
Incluso esa misma mitad en 1999 se abrazó desesperada a Fernando de la Rua,
cuyos muchachos aquí están de regreso. Y todos tan contentos.
Infelizmente,
la historia nos recuerda que desde el surgimiento del peronismo, ningún
gobierno de otro signo logró concluir su mandato. Ni Frondizi, ni Illia, ni
Alfonsín, ni De la Rua.
Básicamente,
por impericia, por inconsistencia, porque excluir es lo contrario de incluir.
Mañana en
las urnas dos sentimientos se enfrentan. Los que quieren un proyecto y los que no
quieren ese proyecto, pero tampoco precisan otro para vencerlo.
Que el
candidato que votan un día diga una cosa y después todo lo contrario -según le
marquen las encuestas (de convicciones ni hablar)-, no importa. Que muchos de
los integrantes de esta alianza sean los mismos que integraron aquella otra alianza
que los llevó hace catorce años a la noche fundacional de las cacerolas,
tampoco importa. Que el equipo económico que Macri esconde detrás de la estatua
de un tipo parecido a Perón sea el mismo equipo económico de aquella alianza que
los dejó golpeando las puertas de los bancos para que nadie les abriera nunca,
tampoco importa. No importa nada. Importa el rechazo que les ha inspirado esa
otra mitad que tiene un proyecto, un modelo, una idea… pero que tal vez ya tampoco
importe.
Mañana
en las urnas se enfrentan los dos sentimientos: querer y no querer.
El
vencedor gobernará.
Pero lo
sentiremos todos.
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