////// Año XVº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

sábado, 29 de agosto de 2015

EL CÍRCULO ROJO Y LAS URNAS: AMORES IMPOSIBLES…


Asumida aún antes de las PASO la derrota en las presidenciales de octubre, el mentado círculo rojo -desechados por las urnas sus productos políticos, y ya reducido ideológicamente a los últimos alaridos de Mirtha Legrand-, perdido por perdido ahora apela al caos.
La nueva estrategia es simple: las victorias se festejan, las derrotas se niegan. El resto es fuego de verdad y pirotécnica mediática, lamentos, fotos falsas y mentiras, todo sirve. Menos la democracia.

EL RUIDO, LAS NUECES Y LA FURIA




Cuando vieron la esforzada victoria sufrida por Mauricio Macri en su propia cancha, el círculo rojo (simpática expresión para englobar latifundios, monopolios, Sociedad Rural, banca extranjera, fondos buitre, exrepresores y asociados, y la infaltable Embajada), comprendió que ya no había nada que esperar. No al menos por la vía de las urnas, tan esquivas siempre al suicidio colectivo.
Entonces el fuego.
Una vez más.
El caos.
Patear la mesa, y que den de vuelta.
No tienen cómo si no.
Es historia. En el 30, en el 55, en el 76… la destrucción, el incendio, la furia.
Desde la fundación de la patria dicho círculo rojo ha probado más de una vez vivir fantásticamente sin democracia. No la combatieron antes, porque desde su retorno supieron encausarla, dominarla, manejarla, teledirigirla, neutralizarla. Usarla.
Descorazonados por la política –siempre tan proclive a las mayorías-, hartos de los militares –locos de mierda capaces de enfrentarse con el mismísimo Occidente-, armaron algo mejor que un partido, vetusto aparato encorsetado en principios, doctrinas, y otras limitaciones prácticas. Armaron, se armaron, mejor, de un conglomerado de medios absoluto. Suficiente. Hicieron fácil.
En dictadura se asociaron con los fierros, pero en democracia, cuando la opinión pública define, los medios son los fierros, y los medios eran de ellos. La propia dictadura les cedió todo el papel de todo el país. Y cuando los viejos políticos de la vieja Argentina salieron de su frizer, el círculo rojo, dueño del papel, y por lo tanto de los medios, ya estaba ahí. Armado hasta los dientes con los fierros de la hora.
Habían sobrevivido al genocidio intactos. Mejor, peor: lo habían acompañado, secundado, encubierto, justificado, cuando no celebrado. Así habían crecido, y tanto, que para entonces ya eran mucho más que medios: eran fines. Negocios continentales, mundiales, financieros, grandes bancos, Goldman Sachs, Barton Group, islas Caiman, JP Morgan, y otros piratas del Caribe. Mucho dinero eran ahora, mucho poder. Mucho más que papel, noticias y bailantas.
No: ni Magnetto ni Clarín-La Nazión son El Enemigo, el enemigo es mucho más ancho y alto, pero son, sí, su brazo armado: son los medios de comunicación. Lo que la gente sabe de lo que pasa. No cubren la actualidad: fabrican la realidad.
El final de las ideologías después de todo ha llegado. En Estados Unidos, en Venezuela, en Grecia, en Brasil y en la Argentina, en ninguna parte hay un enfrentamiento ideológico. Qué va. Con los muchos siglos la gran cuestión, el conflicto insoluble, se ha refinado, precisado, descarado: se trata ya de un enfrentamiento entre la ideología y la nada, la no-ideología, la no-doctrina, la no-teoría, más claro aún: lo no-positivo. En el absurdo de esa incongruencia está todo lo que hay del otro lado en términos ideológicos: nada.  
Con nostalgia, no sin romanticismo, hay quienes sueñan que enfrentan aún una especie de monstruo neoliberal o liberal, conservador o fascista cuyos principios esquemáticos surgen de convicciones profundamente organizadas, aviesas, cuestionables, pero tangibles. De alguna forma discutibles.
Fantasías.
Enfrente no hay nada.
Hay el dinero y sus zombis. Una fuerza inasible, direccionada, colectiva, sí, pero mancomunada por la codicia, por el egoísmo, por la indiferencia, y por lo tanto compuesta de individuos igualmente dispuestos a comerse entre sí. O sea: no hay equipo, no hay adversario.
El monstruo, si se quiere, es el Mal y nos habita. Luego se manifiesta. Viene por nosotros, pero surge de nosotros. Algunos de nosotros conseguimos dominarlo… otros sucumbimos.
Macri, Carrió, Massa, Sanz, la Bullrich, van y vienen de un discurso al otro, de un eslogan al siguiente, de un rejunte a una traición y otra vez al rejunte; les da lo mismo la quema de urnas, que la represión o el abuso de la cadena nacional, Chano, Tevez, o Xipolitakis, las mentiras de Clarín, una foto trucada, otra vieja, cualquier cosa sirve cuando sólo hay vacío... Pero el resultado de todo eso fue Santa Fé, La Rioja, Salta, y un rosario de derrotas que estalló en Tucumán.
No tienen votos porque la gente no los acompaña, y allí la gente se convierte en el problema. El gran obstáculo entre el poder y ellos. La democracia. Tal el palo en la rueda. Otra vez sopa.
Y es que de pronto algo falló. Sus poderosos medios -otrora tan eficaces a la hora de imponer candidatos, plastificando con sus ediciones cualquier fantoche flexible-, ya no funcionan como antes. Despreciaron la credibilidad, y la perdieron. Ignoraron la fábula del pastorcito y el lobo, y el lobo se los comió. Ahora la desesperación desespera.
Nerviosos, cada vez más nerviosos, sus voceros –periodistas, panelistas, conductores, habladores en general- se preguntan con la voz cada día más aguda por qué la gente “todavía los vota”.
Entonces recitan índices de pobreza que eran dos veces más altos en los días de Punta Cana, cuando todo les chupaba un huevo; y ahí nomás disparan sin vergüenzas las más feroces explicaciones: el clientelismo, los punteros que amenazan, la falta de educación; feroces todas porque parten todas de la misma hipótesis: la gente es idiota. Ignorante, en el mejor de los casos. Bruta, bah…
Conclusión final, fatal: quizá la democracia no sirva.
De momento se cuestiona el procedimiento, que si la lista sábana, que si el voto electrónico… pero apuntan al sistema, está claro. Tan claro está que hablan del procedimiento pero dicen “sistema”. Los estorba eso. La gente, que no los quiere, y entonces, claro, ellos tampoco la quieren ya. No respondió como se esperaba, y bueno: ahora no sirve, la gente. La democracia.
Otra vez en octubre los esperan las urnas como un muro infranqueable. Las pocas veces que lo atravesaron, fue así: destruyéndolo. Rompiéndolo, socavando sus cimientos, llevándoselo puesto.
Volteándolo.
Bajo sus escombros, siempre, quedamos nosotros.


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