////// Año XVIº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

jueves, 18 de abril de 2013

LANATA-CLARÍN-CARRIÓ: ¿OTRA DENUNCIA MARCA ACME?...




Con nuevos sketchs, más imitadores, y un stand-up propio como en sus días del Maipo, Jorge Lanata volvió a la tevé y sacudió el rating con un informe que prueba antes que nada los efectos nocivos del consumo de cocaína, la desesperación del Grupo Clarín en su caída, la ceguera del odio, los riesgos del narcisismo, dos yuppies rabiosos, y la negligencia y futilidad del propio conductor.


OPERACIÓN JA JÁ




Curiosa Argentina. 
Dos pendejos duros de merca, ayer socios y amigos, hoy se pelean por dinero. Alterados por la codicia, el ego o el clorhidrato, deciden hacerlo en público y lo pescan a Lanata. Resentidos, incontinentes y narcisistas, los dos pendejos –a los que les fue demasiado bien de golpe, y de golpe demasiado mal- cruzan acusaciones millonarias, presumen amistades presidenciales, y se arrogan el manejo de operaciones mafiosas.  Los dos charlatanes son cuatros de copa, pero el monopolio Clarín y su empleado estrella, ciegos en su desesperación, los confunden con el Watergate tan soñado, y les dan estatus de estrellas. Inmediatamente, una política políticamente extinta, denunciadora serial, corre a tribunales con esa nada entre las manos. Pero antes de 24 horas el hablador número uno sale a negarlo todo en un programa de chimentos, porque el escándalo incluye también un par de vedetongas. Para entonces el país, sin embargo, ya no hablaba de otra cosa. Curiosa Argentina.
El Martiyo asistió dos veces dicho programa de Lanata, y las dos veces con toda la objetividad del que busca razones reales para dejar de creer en lo que cree, si de verdad le demuestran que cree en una mentira. A nadie le gusta comer vidrio.
Iniciado el show, al cabo de un largo stand up de Lanata, en el que fogoneaba odios sin aportar la más mínima información -luciendo de paso toda su negligencia-, y luego de algunas imitaciones de burlesque -y de una sueca que estaba bárbara-, una puesta en escena sensacional anuncia la revelación por fin de La ruta del dinero K… Frente al hondo silencio de su claqué, Lanata disparaba circense:  La denuncia más fuerte de los últimos años… dos años estuvimos investigando… 55 millones de euros que salen del país… una historia a la que no le falta nada…
Y sí, ahí no mintió, a la historia no le faltaba nada: acción, suspenso, sexo, farándula, política, mucho dinero, efectos especiales, y hasta fantasías para los más chicos.
De arranque la escandalosa denuncia era apoyada apenas en el relato personal de un tal Leonardo Fariña, un muchacho de 27 años, casado con una modelo de la tele, un pibe de La Plata metido a yuppie y con todos los tics del adicto a la cocaína. Duro, acelerado, paranoico, agresivo, bastaba verlo fumar para saber qué había tomado.
Desde luego la técnica de la cámara oculta redobla la gravedad de lo que allí se diga, aunque allí no se diga nada, pero esa nada, sonará terriblemente secreta. ¡Y no era para menos! ¡El hablador imparable, en penumbras, se jactaba de haber lavado y trasladado toneladas de billetes para un poderosísimo empresario socio de Kirchner, porque ni el presidente del país, ni el poderosisímo empresario éste, consiguieron jamás a nadie mejor, para semejante maniobra, que este charlatán farandulero. Raro.
Raro porque pese a confiarle semejante maniobra, el hablador dice haberse encontrado con el expresidente apenas dos veces, una en un asado (acaso entre otras cincuenta personas), y otra cuando “jugaron un partido de fútbol” (ámbito inconveniente para ese tipo de acuerdos). Total: dos encuentros fugaces y en absoluto íntimos, que bastaron sin embargo para asociarlo en semejante delito, confiarle semejante fortuna, y arriesgarse a semejantes consecuencias. Rarísimo, sí... Porque una de dos: o Néstor Kirchner era trucho, o era boludo, ya que las dos características juntas, llevan más rápido a la cárcel que a la Rosada.
Hablador Nº 1.
Raro también el método a través del cual el hablador lavaba ese dinero.
Lo sacaba en mochilas estudiantiles, bolsos deportivos… toneladas y toneladas de billetes en infinitos bultos cruzando fronteras, aduanas y aeropuertos través del continente, sin que nadie nunca intercepte ninguno, nada. Hablamos ya de una red continental que involucraría a todos los gobiernos de la región, desde Buenos Aires a Panamá… Rarísimo, sí.
Rarísimo también porque el hablador daba muchos nombres –Lázaro, Cristobal, Néstor-, pero ningún apellido.
Íntimamente consciente del delirio que presentaba, entre flashes de imágenes que lo ilustraban (un avión, un campo cualquiera, un Báez con Kirchner); Lanata intenta sostenerlo todo con una entrevista al exsocio de Fariña, un tal Federico Eraska, otro pendejo del estilo del primero, que allí se nos presenta como “financista desempleado”, pero sobre todo, como víctima de su exsocio, Leonardo Fariña, el hablador número uno. 
El hablador número dos, a su vez, involucra a un tercero, marido éste de una vedette tan luego hija de un cómico famoso, y así en cuatro rápidos pases llegamos de Néstor Kirchner a Juan Carlos Calabró. El caso gana en potencialidades mediática, aunque pierde en gravedad.
Fariña lanza tremendas declaraciones que no dicen nada: “El día que murió Néstor, ¡los aviones de Lázaro iban y venían!”… ¿y?... “Néstor lo armaba todo”… ¿eh?...
El hablador número dos, en cambio, prefiere apuntarle al uno, su bronca es con él. Eran socios. Amigos. Si hasta habían convivido. Se descuentan mil noches blancas meta champú y efusivas declaraciones de fraternidad. Se huele en su relato el gas venenoso del resentimiento, trata de rebajar a Fariña, de ningunearlo: “era un apenas cadete multimillonario de Báez”. Lanata cree tener algo, y se hace el entendido. Pero la sustancia no aparece.
Hablador Nº 2.
Ambos habladores involucran a Lázaro Baez, empresario de Santa Cruz, “amigo íntimo de Kirchner”, establece Lanata así nomás, y luego, con cinta scotch, trata de pegar a Báez con Cristina a partir del hijo de aquél, a la sazón presidente del Club Boca Juniors de Río Gallegos, en cuyas instalaciones, Cristina estuvo una vez. Ergo: Cristina lavó toda esa guita. Simple.
Con la misma simpleza el informe denuncia además una mesa de dinero que dice que llaman La Rosadita, y que funcionaría en un edificio de Puerto Madero, el mismo donde vive el vicepresidente Amado Boudou, dice Lanata, y donde la familia presidencial, dice Lanata, tendría ocho cocheras. Pero de todo esto la única prueba que presenta la investigación es una foto de lejos de una ventana de un edificio.
En uno de los momentos más graciosos de la noche –incluyendo los sketchs-, Lanata trata de explicar la ruta del dinero, y nos dice que “la guita la llevaban en bolsos porque era tanta que en valijas no entraba”… ¡¿Cómo, cómo, cómo?!...  ¿Los bolsos son naturalmente más grandes que las valijas?... ¿Nacen así?... ¿Y en qué bolso caben 55 millones de euros todos juntos?... ¿O se trataba de varios bolsos pequeños como valijas?...
A esa altura del programa y sus rarezas, nos preguntábamos si además de esos dos habladores, suposiciones forzadas, y nexos cosidos de apuro, Lanata tenía alguna prueba concreta... o con todo su peso había saltado al vacío sin un paraguas siquiera.
Pero entonces Lanata dice que sí, ¡que tiene documentos!... ¡Pruebas!, ya no decires… y luego de extensos minutos de autobombo, guapea, por fin, tres.
Una certificación de una empresa aparentemente off-shore; un poder general extendido por dicha empresa a nombre del hijo de Báez (Martín); y el extracto de una cuenta en Suiza según el cual dicha empresa tiene en su haber un millón y medio de dólares. O sea, según los propios habladores del informe, faltarían allí aproximadamente 54 millones de euros; pero Lanata –que conoce el ardid de las valijas y los bolsos (guarda)-, también nos explica que se hace así, porque el mucho dinero se reparte entre muchas cuentas, para no avivar giles como vos. Pero no muestra nada de ninguna otra cuenta. Eso es todo.
En síntesis, y más allá de los habladores, lo único que parece concreto de todo el informe, es que un hijo de Lázaro Báez sería apoderado de una empresa aparentemente offshore, que tendría tan solo un millón y medio de dólares en una cuenta en Suiza. El resto, por ahora, es un cacareo rabioso, un relato lleno de inverosimilitudes, y un berrinche entre dos chicos que se creyeron grandes.
Por supuesto la duda ya fue instalada, y aunque la justicia la investigara a fondo, y todo resultara una farsa, la duda seguirá quedando en los que igual ya dudaban. Por eso el informe nos parece al cabo inocuo.
Televisivamente, el programa midió muy bien. Políticamente, en cambio, no agrega nada: los ka no lo creerán -para eso le sobran fisuras-, y los otros no lo precisaban -por más fisuras que les sobren-. Judicialmente, no pasa de un programa televisivo con sketchs y otras atracciones. Y por todo esto, periodísticamente, fue endeble, insustancial. Inválido.
Los grandes empresarios participan del poder y la política desde siempre. Son el poder, y hacen la política. Buscan negocios allí, y eso es más viejo que andar a pie. Luego, en gratitud -y sobre todo en vista de más negocios-, aportan dinero a las campañas de los partidos. De todos. Al menos, de todos los que tienen posibilidades de ganar. Y al que gana, luego, tratan de cobrarle su inversión. Así funciona el poder en todo el mundo, y desde siempre. 
Si Báez hizo negocios durante el gobierno de Kirchner, incluso con apoyo del gobierno de Kirchner, eso no significa, directamente, que haya lavado dinero; y si lo lavó, no significa, directamente, que lo haya lavado en complicidad con Néstor Kirchner. Los empresarios hacen aportes a las campañas, pero no siempre comparten sus ganancias.
Pensar así sería pensar que la guita de Magnetto y Ernestina es también de Videla; que los Macri reparten la suya con los Galtieri, o que la fortuna de los Vigil es también la de Menem; por dar sólo algunos rápidos ejemplos.
Habladora permanente.
El informe era pobre, pero ruidoso. En una producción muy de Clarín, ni lerda ni perezosa, y siempre previsible, Elisa Carrió corrió a los tribunales con esa nada entre las manos, y allí le dieron menos bola que en las urnas. Pero para entonces los medios del miedo ya estaban a los gritos. El espectáculo brillaba.
Sólo que antes de 24 horas el hablador estrella ya lo negaba todo en un programa de chimentos, asegurando que sabía que lo estaban filmando, y que entonces le hizo la cámara a Lanata.
Aún así desde el domingo no falta quien se pregunte por qué este pibe hace lo que hace, y especulan sobre a quién favorece, y a quién responde, y si lo operan de aquí, o lo operan de allá… Sorprende la duda porque el propio hablador la disipó en la cámara oculta: quiere un trato. Sintéticamente: quiere que Lanata limpie su imagen. Su imagen, esa es la cuestión. Y se lo propone sin vueltas: “yo quiero blanquear que no soy un delincuente, que soy un tipo capaz”. A cambio está dispuesto a todo. Es el mito de Narciso, ahogado en su propio reflejo. 
Estábamos listos para publicar este post hacia el final de la tarde de ayer, cuando entonces apareCe por la tele  el hablador número dos, Eraska, desmintiéndose también. Reconociendo allí lo que escribíamos aquí, que “estaba caliente con Fariña”, que todo era “mentira”, que “nunca lavó dinero”, que “no conoció a Lázaro Báez”, y lo que es peor: que “cinco veces le pedí a Lanata que no pase la entrevista”, avisándole que “era todo mentira”. Lo que decíamos aquí: una pendejada. Y Lanata, y Clarín y los suyos, ciegos en su desesperación, se la compraron.
Ahora Fariña desfila y se desdice por los programas de chimentos de América perseguido por la otra hija de Calabró; mientras Lanata recorre los programas  del Grupo prometiendo más revelaciones para el próximo capítulo, con todo el apoyo de Elisa Carrió, líder natural del uno por ciento del electorado. 
Graciosa Argentina.


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