////// Año XVº /// Editor Anónimo: Daniel Ares /// "Prefiero ser martillo que yunque", Julio Popper ///

domingo, 12 de junio de 2011

EL MARTIYO EN GRECIA: MEMORIAS DE UN SUDACA.



Ya en primera persona del singular, el editor nos cuenta sus días en la Europa triunfal de la nueva Unión, cuando nacía el euro como un sol mejor que el sol, inmortal y más caliente. Sin embargo, ya allí estaban al aire las raíces envenenadas de este hoy sin mañana.


MEMORIAS DE UN SUDACA



“Esto surgía de las profundidades y había llegado”.
L.F.Céline



Hace poco en nuestros post Confesiones de un profeta, repetíamos una imagen que ya habíamos usado mucho antes (ver La rabia de las capitales) para graficar de alguna forma el comportamiento de las clases medias europeas en los años dorados del euro: “recordaban –decíamos- a esas madres alcohólicas que nunca preguntan de dónde el hijo saca plata para el vino”.
En conjunción con la diáspora gaucha de principios de siglo, pero por razones muy personales que aquí no vienen a cuento; en abril de 2002 me instalé por unos años a vivir en Atenas, Grecia.
Eran los días cuando el viejo mundo parecía resurgir en uno nuevo y se consagraba el euro como única moneda, y el dracma, la lira, la peseta, de la noche a la mañana, pasaron a ser una antigüedad demasiado moderna, y ya ni los coleccionistas las querían.
Pero el mundo gira.
Del otro lado del mar y bien al sur, la Argentina, mientras tanto, se derrumbaba y se deshacía. Recuerdo perfectamente cuánto y cómo extrañaba a los griegos, a los españoles -con quienes más yo trataba-, aquella crisis que ya era ejemplo mundial de caos, impericia, y subdesarrollo. Por educación contenían la risa, pero no podían entender cómo un país se quedaba sin dinero y amenazaba con no pagar sus compromisos internacionales, y zozobraba en la anarquía diaria, la gente rompiendo los bancos, y los bancos robándole a la gente… cosas de sudacas.
Vanos fueron todos mis esfuerzos por explicarles que en breve lo comprenderían todo porque lo vivirían todo en carne propia.
Sonaba profético o loco, pero era apenas descriptivo. Muy por debajo del optimismo general -sustentado desde el poder y los medios por sus mejores representantes y sus habladores más rebuscados-; lo que yo veía era lo que ya había visto: la convertibilidad argentina pero a escala continental, y por lo tanto, mas dinámica y más desastrosa.
Vanos fueron mis intentos por advertirles que el dinero  se produce o se gana o se pide o se roba, pero que no se dibuja, que si ayer tenían un dracma que valía 400 veces menos que un dólar, de la noche a la mañana no podían tener una moneda dos veces más fuerte que el dólar; que si la producción no había crecido, era improbable que el rédito sí… todo fue en vano. Entonces las clases medias europeas no querían oír hablar sino de turismo, de consumo, de motos, de autos, de ropa y de más turismo, de ser posible, con aventura y sexo incluidos. Volvían al mundo después de mucho.
Berlusconi y Bush: noches de gala.
Altri tempi.
De profético, pasé a sonar aguafiestas.
Me callé y miré.
Por razones que seguiré sin revelar, mi contexto social era la clase media-alta del norte de Atenas, Kifisia, Ekali, zonas residenciales con más automóviles que habitantes y casas de grandes jardines allí donde el agua es más cara que el vino.
Noté, allí, que la mayoría de los jóvenes de entre 18 y 30 años estudiaba y no trabajaba, tenía celular, auto, y siempre un viaje en mente. Casi todos ellos vivían con sus padres pero casi todos igual recibían el seguro de desempleo, porque no conseguían trabajo. No el que querían, bah. Eran todos jóvenes muy preparados, con dos o tres idiomas y más de un master en Cambridge o La Sorbona, jóvenes listos para gerenciar o conducir una empresa, una cadena de restorantes, una franquicia, una compañía aérea; cuando el único trabajo que abundaba entonces eran la construcción, el campo, el servicio doméstico o la prostitución, oficios más bien para albaneses, búlgaros, ucranianos, exyugoslavos y cosas así.
Mientras esperaban su gran oportunidad, entonces, la mayoría de aquellos jóvenes estudiaba, viajaba, y gastaba el seguro de desempleo en algo mejor que alimento y vivienda. La Europa que esperaban al final no llegó, pero la juventud igual se les fue.
Por razones que tampoco importan, tenía yo mucho contacto, además, con España y los españoles.
Allí sucedía lo mismo.  La mayoría estaba en el paro, y aunque estudiaba menos, viajaba más. Y mientras los argentinos de la diáspora llegaban en camiones de ganado aéreos,  los españoles retomaban felices las rutas de la Conquista, sólo que en vez de oro y papas, ahora traían de regreso cubanitas y dominicanas y una deuda y no de honor con American Express o Visa. Otros tiempos.
Blair, Bush y Aznar: el chiste es la gente.
Alegremente, recordemos, se metieron de la mano de Aznar en la invasión a Irak, y aunque modernos y superficiales marchaban por la paz, ya lo votaban de vuelta cuando vieron que las negras también movían y que las bombas podían caerles no sólo al enemigo. Entonces salieron corriendo y les nació Zapatero, el hijo de Atocha, el padre de los indignados
Pero como en un primer momento los viajes no cesaron, los créditos tampoco, y los bancos regalaban nuevas tarjetas todos los días, al principio nadie notó nada raro y la fiesta siguió su fiesta...
Un día por entonces me contaron que un señor que tenía una fábrica en Thessaloniki, en el norte de Grecia, la había mudado al otro lado de la frontera, a Bulgaria, porque le costaba muy caro producir en euros.
Allí les avisé yo que el final había comenzado. Les conté de los días del uno a uno y de la industria nacional. Les conté que yo por entonces trabajaba en una revista muy importante de la Argentina, que sin embargo se imprimía en Chile porque salía más barato. Como no me entendían lo que quería decirles, les conté de la cantidad de gente que entonces echaron del taller, y así de otras fábricas, y...  Nunca es triste la verdad, a no ser cuando espanta. Comencé a quedarme solo.
Era asombroso descubrir que un departamento de 120 metros cuadrados en Atenas, a cuatro cuadras de la grieta del último terremoto, valía lo mismo que un pedazo más grande que Atenas, pero en el Brasil o en la Argentina, en tierra firme y no volcánica, promisoria en frutas y no en escombros… .
Era asombroso descubrir que ahora todos pagaban sus tarjetas de crédito con otra tarjeta de crédito que a su vez pagaban con otra tarjeta de crédito y así hasta nadie explicaba ni se preguntaba cuándo...
Era asombroso ver la prosperidad de todos esos pueblos que sin embargo cada vez exportaban menos, producían menos, y gastaban más. No había que ser profeta, nada más observar, recordar y describir, y sin embargo…
Desde la Argentina se oía un solo grito: Que se vayan todos, pero mientras tanto los que se iban eran todos los argentinos, que ahora aparecían por Europa como de regreso a un pasado que creían sin embargo abandonar…
Desde Atenas daban risa sino pena aquellas largas filas frente a las embajadas de España, de Italia, de Polonia, de cualquier cosa que llevara el sello de la UE, donde las leyes de extranjería se ponían minuto a minuto más rudas, y donde ya la única actividad floreciente era el trabajo esclavo…
No había que ser profeta, advino ni especialista, había tan sólo que mirar y ver y oír sin pasión, sin ilusiones. 
Una noche la televisión griega difundió una encuesta nacional en la que el 90 por ciento de los consultados afirmaba que los funcionarios públicos eran todos corruptos.
Noventa por ciento.
A mí se me ocurrió que el 10 por ciento restante, eran funcionarios públicos.
Sin embargo un buen amigo español me explicó por entonces que Europa estaba lista para ser la industria del mundo, y América Latina proveería las materias primas y que así las cosas marcharían para siempre bien y listo.
Quise explicarle lo del pacto Roca-Runciman, y hasta le hablé de China, que avanzaba sin parar, pero no me escuchó. Era el año 2004. También le comenté que en esos días había oído justamente al ministro de economía español pidiéndoles a los españoles que no sacaran tantos créditos hipotecarios porque podía ser peligroso ya que… Pero tampoco me escuchó, este buen amigo, ni a mí, ni a su ministro. Su entusiasmo, su fe, su certeza, eran sólo comparables a su desinformación.
Madrid (o Barcelona, o Atenas):
prohibido indignarse.
En Grecia justamente empezaban las olimpíadas. Algunas voces avisaron que las obras públicas habían sido sobrefacturadas pornográficamente. Todo era entusiasmo. Otros, incluso, veían renacer el imperio helénico, y se enojaban porque Oliver Stone les tocaba a su Alejandro...
En un pasaje de su novela Viaje al fin de la noche, Céline recuerda su debut en el frente de batalla durante sus días como coracero en la primera gran guerra. Y dice:
"Uno es virgen del Horror como lo es de la voluptuosidad... ¿Quién podía prever, antes de entrar verdaderamente en la guerra, el contenido de la cochina alma heroica y holgazana de los hombres? En aquel momento estaba agarrado por el engranaje de la fuga en masa, hacia el asesinato en común, hacia el fuego. Aquello surgía de las profundidades y había llegado".
Hoy la Unión Europea se derrumba porque fue cimentada sobre la codicia, la futilidad y la hipocresía. Esos pueblos que nunca se quisieron, que siempre se pelearon, obligados de pronto a la unión por conveniencia, acabaron por mentirse, que es engañarse, que es traicionarse, que es enfrentarse.
Allí están los falsos balances griegos de Papandreu, allí las deportaciones de Sarkozy, las orgías romanas de Berlusconi… ahí la codicia, la hipocresía, la futilidad de todos esos líderes democráticos que, como tales, expresan el carácter en esencia de la gente que los vota.
Lo que hoy vive Europa surge de sus propias profundidades, y ha llegado.


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